1 de mayo de 2024

Walter Benjamin, pasaje al Mediterráneo

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO

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Para quienes se hayan conmovido con la lectura de los ensayos de Walter Benjamin, Portbou no es un lugar cualquiera en el mapa europeo: allí es donde el filósofo alemán decidió, desesperado, mediante una sobredosis de morfina, poner fin a su huida de la Gestapo. Un memorial recuerda su vida y su pensamiento, en la puerta del cementerio municipal donde fue enterrado.

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El camino serpenteante al borde de la montaña deja al descubierto el horizonte azul del mar Mediterráneo que se revela desde lo alto de cada curva. La Costa Brava catalana entrevera murallas medievales, sembrados de trigo, castillos, viñas, pueblos blancos como el que hospedó a Pablo Picasso y a Salvador Dalí, y otros protegidos por las laderas de los Pirineos, con sus puertos y playas en bahía. Portbou es uno de ellos, y al igual que su vecina francesa Cerbère, se trata de pequeñas poblaciones que se expanden alrededor de las estaciones de trenes, a metros del mar. Ambas localidades parecen escenografías de películas de mediados del siglo XX, y en ellas se podría recrear cualquier historia de épocas trágicas. Tal vez la de los republicanos huyendo del franquismo hacia el norte, a fines de los años treinta; o la de exiliados judíos escapando del nazismo hacia el sur, a principio de la década siguiente. Como Walter Benjamin, por ejemplo, internado por el camino de senderos y piedras, entre viñedos, hacia una ensenada que aún revelaba huellas de los bombardeos fascistas de la Guerra Civil.

«Enterradme sin duelo entre la playa y el cielo», canta Joan Manuel Serrat en Mediterráneo, y eso es justamente lo que hicieron con Benjamin sus compañeros de viaje, en septiembre de 1940, en ese pueblo del norte español. Los datos biográficos del berlinés señalan que venía escapando desde la localidad francesa de Port-Vendres, junto a la fotógrafa Henny Gurland (futura esposa de Erich Fromm) y su hijo, guiados por una activista antinazi llamada Lisa Fittko. En el camino a Portbou se les había unido un grupo de tres mujeres que también intentaban salir de Francia. ¿Por qué Benjamin demoró tanto su partida de Europa? ¿Por qué no siguió antes los consejos de su amigo Theodor Adorno, ya instalado en los Estados Unidos de América, desarrollando la Escuela de Frankfurt con Max Horkheimer? Adorno, precisamente, le había ayudado a conseguir las visas de tránsito por España y de entrada a Estados Unidos, pero Benjamin no tenía el permiso de salida del país galo, por lo que la policía española condujo al grupo hacia el Hotel Francia de Portbou. Al igual que su ángel de la historia, Benjamin tuvo una visión pesimista del devenir, y la desesperación se apoderó de su presente. No quiso, o no pudo, esperar el permiso —que pocos días después le dieron al resto de viajeros—, y ante el temor de retroceder hacia las garras de la Gestapo, después de siete años de exilio, a sus 48 años, decidió dar por concluido el periplo con una alta dosis de morfina. Luego, las lecturas de la historia a contrapelo aportarían sendas versiones, sin pruebas concluyentes, de que en realidad el alemán habría sido asesinado por los nazis, o incluso por agentes de Joseph Stalin. En una nota que el pensador le dejara a una de sus acompañantes, la señora Gurland, reproducida en muchas de sus obras biográficas, el filósofo dice: «En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir». Fin del éxodo.

«Cementiri Municipal», se observa encima de las rejas de entrada a los nichos en barranca del camposanto católico de Portbou. Allí, en esa terraza al mar, fue rápidamente enterrado el extranjero bajo el nombre de Banjamin Walter, despojándole de su parentesco judío para evitar complicaciones burocráticas. Gurland dejó pago el nicho 563 durante cinco años; luego sus restos fueron a parar a la fosa común. El lugar fue visitado poco tiempo después por su amiga Hanna Arendt, quien escribió: «El cementerio da a la bahía, directamente sobre el Mediterráneo, está tallado en la pierda y se desliza en el acantilado. Es uno de los lugares más fantásticos y más bellos que he visto en mi vida».

Además de un olivo y unas placas en el interior, un memorial recuerda a Benjamin en la puerta de la necrópolis. La obra lleva como título Passatges (Pasajes), y fue realizada por el artista israelí Dani Karavan, al cumplirse 50 años de la muerte del ensayista. La experiencia en el memorial es intensa: se trata de un corredor cuya boca de entrada está a metros del declive de piedra que, como un túnel con escalones, invita a una bajada directa hacia el Mediterráneo. La sensación de oscuridad envuelve el descenso, en cuya luz final se adivinan los remolinos y las rocas del mar azul. En el otro extremo, protegiendo esa frontera al acuoso vacío, un vidrio frena a los visitantes. Sobre la transparencia, en alemán, catalán, castellano, francés e inglés, se lee un pensamiento benjaminiano: «Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre».

Portbou es un refugio tranquilo frente al mar, con su ritmo de provincia, con su paso de frontera. Un pequeño pueblo en el camino de los exiliados, y último pasaje en la vida de uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX.

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Comentarios (2)
  1. Daniel dice:

    Muy buen relato de una historia que desconocida. Gracias Pablo

  2. Alicia dice:

    Maravilloso, texto e imágenes. muy buen registro fotográfico.

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