TEXTO Y FOTOGRAFÍAS LUCAS MERCADO
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En el videoclip de Imágenes Paganas del grupo Virus se escucha a Federico Moura cantar «mi boca quiere pronunciar el silencio», en la pantalla a lo lejos se ve una montaña, un movimiento delicado de cámara y unas nubes cambiantes de fondo, que se funden con el camino de tierra, y la lenta polvareda que se levanta. En el espejo hay reflejos viajeros, la ruta pasa, un apagón sentimental, el muchacho se asoma por la ventanilla de la combi que lo trasladará al próximo escenario y mira por el retrovisor su pelo al viento y su delgadez….
Pasan 12 años. Y estamos saliendo de la facultad con un grupo de amigas y amigos rumbo al puente colgante a tomar cervezas a las 9 de la mañana en un escondite, un lugar que no debería estar ahí, a mirar entre los cables las nubes y el tiempo pasar.
La última producción del artista plástico entrerriano Francisco Vásquez que tengo en mis manos es una suerte de pequeña novela gráfica de 20 páginas en un formato 14 por 20 cm, llamada La continuidad de las cosas donde se cuentan las peripecias de un muchachito convertido en nube, con una voz interior, mezclando dibujos y una caligrafía ínfima, nos relata sus desplazamientos, cambios de ánimo y de forma, del «puedes ser cualquier cosa que quieras», y la perspectiva aérea del paseo infinito por tierras infinitas a una altura de tres mil metros. Francisco, pionero local del «Hazlo tú mismo» de sí mismo, del afecto y la autogestión festiva en las prácticas artísticas, ahora convertido en nube rompe en llanto en la tormenta bañando el limonero de mi patio, o se detiene a pensar en el terreno baldío donde solía haber una canchita de futbol y ahora un emprendimiento inmobiliario para departamentos de un ambiente sin vista al sol. «Soñaba en mi cabeza una canción y no recordaba cuál era», dice Francisco y pienso si serán aquellas Imágenes paganas de Moura y compañía, en una gira de remolinos, filtros, besos y ausencias.
Tanto La continuidad de las cosas como su proyecto anterior El juego de las nubes, se mueven en la imagen entre lo que es y lo que parece, la sutileza donde una nube se puede parecer a una silla, a un caballito de madera, a una canoa, o eso que a la leve inflexión o brisa se desvanece y cambia. Francisco es ciclista y se dice que se percibe diferente el entorno sobre dos ruedas: tienes tiempo para frenar bajo una sombra a mirar, fumar o refrescarte, o conversar con alguien que viste al pasar.
Me permito reformular el cuento de Chuang Tzu para la ocasión: «Francisco Tzu soñó que era una nube. Al despertar ignoraba si era Francisco Tzu que había soñado que era una nube, o si era una nube que soñaba ser Francisco Tzu.»
Y sumo lo siguiente: en aquellas mañanas bajo los puentes escapistas próximos a la ciudad universitaria pensaba en que la forma de una nube es tan importante como su contraforma, en ese vacío que se genera entre ellas, en esos pedazos de cielo que se recorta entre los blancos y grises. ¿Y que hay entre las nubes de Francisco? Un detenimiento o descanso, una pausa, unos puntos suspensivos, un momento de revisión, de tomar aire pausadamente, el momento exacto en el que se rozan los eslabones de una cadena, justo antes de activar el nuevo movimiento.
El libro es una autoedición de 2019, cada portada es un dibujo original, unas nubes sin formas definidas hechas con mezcla de lápiz y acuarela, ahora en estos días de cuarentena la reveo y me pareciera un oso polar, saltando sobre bloques que se derriten. Tal vez la semana que viene vea algo diferente.
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