El agua del Paraná mece las ligeras ramas del sauce llorón bajo un cielo que se torna hacia el claro rosa del atardecer. Ha pasado un tiempo considerable desde la última vez que pudo verse este diálogo entre las hojas del grácil árbol y la fresca correntada. Es que la sequía ha sido prolongada y el río había perdido su cota y su vigor rumoroso. Sin embargo, en la dinámica fluvial, la crecida ha llegado nuevamente y ocupa buena parte de las costas y las playas de la ribera para que el vegetal y el elemento vital vuelvan a reunirse.
En la imagen también se divisa la memoria costera del caudal. Hacia la derecha, sobre el poste se observa el registro, realizado con una línea y el número 92, de la altura que alcanzó la inundación ocurrida en 1992.
La confluencia del alma humana con el Paraná en una tarde de primavera eleva el sentido en la tierra, al tiempo que advierte sobre la posibilidad de que todo se altere hacia el desastre si, en vez de preservar un río, se profundizara una hidrovía.
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