TEXTO ALEJO MAYOR
Verano estadounidense, promediando agosto de 1927. En la ciudad de Boston, Estado de Massachussets, eran sentenciados y condenados a la muerte en la silla eléctrica dos inmigrantes italianos: Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Además, eran anarquistas.
En solidaridad con los condenados se produjo la primera huelga del movimiento obrero de carácter internacional, con repercusiones en casi todos los países del planeta. Además del movimiento obrero y del mundo de las izquierdas y el librepensamiento político, muchos intelectuales, científicos y personalidades de la cultura de la época alzaron su voz ante tamaña y manifiesta injusticia en favor de los condenados: Albert Einstein, Marie Curie, Orson Welles, Bernard Shaw, Miguel de Unamuno, por mencionar algunos de los más notables. El acontecimiento llegó inclusive a la gran pantalla, con su adaptación cinematográfica en un clásico filme italiano dirigido por Giulano Montaldo, en 1971, que contó con la música del gran Ennio Morricone. La cantautora de protesta Joan Baez le pondría letra y voz a aquella música. En Argentina tuvo su puesta teatral también, de manos del prestigioso dramaturgo Mauricio Kartún.
Dos tira bombas a juicio
Niccola Sacco fue un zapatero nacido en 1891 en Torremaggiore, una pequeña localidad de la provincia de Foggia, al sur de Italia. Bartolomeo Vanzetti, vendedor de pescado, nació en Villafalletto en 1888, un pueblito piamontés cerca de la frontera con Francia. Llegaron a EE.UU. con 17 y 20 años respectivamente. Ambos eran partidarios del galleanismo, corriente anarquista que tomaba su nombre de Luigi Galleani, un anarquista italiano que inmigró a EE.UU., partidario de la violencia revolucionaria y del terrorismo como medios para el fin de la revolución social. El sabotaje y la colocación de artefactos explosivos era práctica habitual de esta corriente; de hecho, Galleani redactó un manual para la fabricación de bombas que tuvo amplia difusión entre sus adeptos. Sacco y Vanzetti incluso colaboraron en Cronaca Sovversiva (“Crónica Subversiva”), el órgano de prensa de los galleanistas. Hacia fines de la segunda década, el galleanismo fue prácticamente aniquilado: en 1918 fue suprimido Cronaca Sovversiva (luego de 15 años) y un año después Galleani y sus principales colaboradores deportados. Quiénes permanecieron, actuando desde la clandestinidad, continuaron realizando atentados en los cuáles Sacco y Vanzetti se vieron involucrados en diverso grado.
Por estas cuestiones no sorprende que, en 1920, fueran acusados por un presunto robo a mano a armada y asesinato de dos personas en una fábrica de zapatos en South Braintree, Massachussets. Si bien las conexiones entre ese y otros robos y el movimiento galleanista nunca pudo comprobarse, al ser arrestados ambos se encontraban armados con pistolas, un obús y prensa anarquista. Regalados. Un chivo expiatorio ideal, para desandar toda una serie de prejuicios anti italianos, anti obreros y anti anarquistas en el jurado y buena parte de la sociedad yanqui.
En un juicio escandaloso, con muchas acusaciones al fiscal y juez Webster Thayer por mal proceder, terminaron condenados a muerte en la silla eléctrica luego de un juicio de pocas horas en 1921. Tan irregular fue el proceso, que a pesar de la fama que les precedía, la solidaridad con los acusados fue tal que derribó todos los prejuicios antedichos y el sentimiento de estar ante una flagrante injusticia enardeció los corazones populares. Rápidamente se constituyó un Comité de Defensa de Sacco y Vanzetti apoyado por prestigiosos y reconocidos juristas norteamericanos. En 1926 el caso adquirió dimensión internacional y para el año siguiente las protestas en favor de los anarquistas italianos regaron el orbe, incluyendo, por supuesto a Argentina, que contaba con medio siglo de experiencia de organización del movimiento obrero y una vigorosa tradición anarquista en lugares como Buenos Aires y Rosario.
¿Y en Argentina?
En Argentina, como en tantas otras naciones, el caso despertó la más encendida solidaridad que se manifestó en intensas movilizaciones de los círculos obreros de todo el país. Las dos centrales sindicales en las que se encontraba organizado el movimiento obrero en el último año de mandato del presidente radical Marcelo T. de Alvear (1922-1928), la Federación Obrera de la Regional Argentina (FORA) y la Unión Sindical Argentina (USA), y los más diversos gremios amenazaron con la huelga general en caso de confirmarse la sentencia, cosa que finalmente sucedió y el movimiento huelguístico se propagó por todo el país, comprometiendo a más de 50.000 obreros. Y no solo obreros, también los chacareros enrolados en la Federación Agraria Argentina, reunidos en congreso en Rosario, enviaron un telegrama al gobernador Alvan T. Fuller pidiendo por la libertad de los obreros. Estudiantes, como los del colegio Carlos Pellegrini, y comerciantes en general se sumaron al paro. Múltiples entidades se dirigieron al gobernador de Massachussets e incluso al presidente de EE.UU., repudiando la condena y pidiendo clemencia con los acusados.
La policía, por su parte, redobló vigilancia en la embajada y el consulado estadounidense, así como en casas comerciales y bancos de aquel país, para tratar de evitar atentados. Fue en vano, pues proliferaron. Como los de Severino di Giovanni, el «idealista de la violencia» en palabras de Osvaldo Bayer, quién colocó bombas en distintas instituciones representativas del poder plutócrata yankee como el City Bank, el Bank of Boston o la Embajada. También hubo explosiones en el palacio de Justicia, en vías del ferrocarril o los atentados en Rosario, donde además fueron apedreados el consulado y diversas casas de comercio que debieron bajar sus cortinas metálicas. Allí, sobre las costas del río Paraná, en la llamada la «Barcelona argentina» por la influencia anarquista tan fuerte como en la capital catalana, se produjeron las más intensas acciones del movimiento: hubo asambleas de ferroviarios que congregaron 1600 obreros y numerosos enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas. En Tucumán, Mendoza y San Juan también se registraron acciones violentas. Para el día 12, con la noticia de la postergación de la electrocución, la huelga general había terminado, aunque continuaron acciones como la huelga de hambre del escritor y militante anarquista Horacio Badaracco, redactor de La Antorcha (órgano anarquista más cercano a los anarcoinvidualistas partidarios de la violencia) que fue uno de los cientos de detenidos a raíz de los hechos; y el boicot al consumo y utilización de productos estadounidenses.
El día 20 los gremios autónomos pararon, mientras la FORA y la USA lo hicieron desde el día siguiente. La suerte estaba echada y el movimiento mundial no pudo frenar lo inexorable. El día 22 fue el día D y pasada la medianoche (o sea el 23) la justicia burguesa hizo correr los voltios por los cuerpos de los dos anarquistas en la trágica silla de una cárcel bostoniana. Un día antes los diarios daban cuenta que el sistema de electrificación de las sillas funcionaba a la perfección. En el suplicio público del moderno Estado burocrático nada podía fallar.
Por los pagos entrerrianos también se encendió la mecha de la solidaridad
Por supuesto que Entre Ríos no se mantuvo ajena a estos movimientos y el grito ecuménico de solidaridad e indignación que el caso encendió tuvo sus ecos en estas tierras. La provincia se encontraba gobernada desde el año anterior por Eduardo Laurencena, quien inauguraba la serie de gobiernos del radicalismo antipersonalista en la provincia que se sucederían hasta el golpe de 1943. El radicalismo, que gobernaba la provincia desde 1914 (primeras elecciones posteriores a la reforma electoral conocida como la Ley Sáenz Peña) cuando fue electo Miguel Laurencena (padre de Eduardo), se había dividido en 1924 y los referentes provinciales habían quedado en la vereda de enfrente a la corriente liderada por Hipolito Yrigoyen, de características más populares. Este alineamiento es el que permitiría la continuidad institucional en la provincia durante la «década infame», luego del golpe del ’30, dado que el antipersonalismo formaría parte de la coalición gobernante, la «Concordancia», junto a conservadores y socialistas independientes.
El movimiento obrero provincial, por su parte, se encontraba atravesando una etapa de re organización, luego del reflujo, diáspora y desorganización que siguió a las represiones (y posterior persecución de dirigentes) del año 1921 en Villaguay y Gualeguaychú, y de la trunca experiencia de sentar las bases de una Federación Obrera Provincial aquel año (recién en 1932 se formaría la Unión Obrera de la Provincia de Entre Ríos).
La escritora gualeya Emma Barrandeguy, en su libro Crónicas de medio siglo (1986), hizo interesar a la adolecente de 13 años Irma, que se encontraba cursando su primer año de secundaria en Gualeguaychú, en el caso de Sacco y Vanzetti. Testimonio tal vez, en su evocación con tintes autobiográficos, de cómo el caso impactó incluso más allá de los círculos obreros, en los llamados sectores medios ilustrados, en una provincia como Entre Ríos, incluso en localidades alejadas de la capital provincial.
El miércoles 10 de agosto, conocida la sentencia se declaró la huelga general en Paraná por 24 horas. Los diferentes gremios fueron resolviendo la medida reunidos en asamblea. El primer gremio que tomó la determinación fueron los ferroviarios quienes abandonaron los talleres sin interrumpir el servicio de trenes. Los operarios de la División del Paraná Interior también adhirieron. Choferes y cocheros decidieron parar sus tareas por 24 horas. Asimismo, los gráficos, por lo que no salieron los diarios de esa tarde ni los matutinos de la mañana siguiente. El Diario de Paraná, ofreció las noticias del jueves en su vidriera, como era práctica habitual ante medidas de fuerza que impedían su salida. Los comerciantes más pequeños, organizados en el Centro de almaceneros, minoristas y anexos, también adhirieron a la protesta, cerrando sus puertas el día jueves. A su vez, desde la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), se pasó una nota dirigida al Centro Comercial pidiendo la adhesión a la protesta de los comercios adheridos.
Desde la seccional Paraná del gremio de los estatales, inclusive, se le dirigió un telegrama al presidente de los Estados Unidos, el republicano Calvin Coolidge, un conservador que había sido gobernador de Massachussets y que se hizo conocido nacionalmente por la dura reprimenda a la huelga policial de 1919, donde fueron asesinados 9 huelguistas y 1500 reemplazados por nuevos oficiales. El telegrama, firmado por el secretario general de la entidad, Juan Faimale, sostenía:
“Trabajadores Ministerio Obras Públicas de Paraná, reunidos en grandiosa asamblea resuelven declarar huelga de 24 horas desde el día 9 hasta 24 horas día 10 en señal de protesta por acto inhumano de electrocutar a dos seres, que creemos medida injusta en la actual civilización de los pueblos. Hacemos llegar a usted pedido de clemencia pro (sic) Sacco y Vanzetti.”
Días después, el presidente del más poderoso pulpo imperialista del mundo devolvió un petitorio en favor de Sacco y Vanzetti alegando que no tenía poder para evitar que se cumpla el fallo de la justicia. Así las cosas, en la «tierra de los libres». La de Poncio Pilatos. Sí tuvo poder, como burócrata que mueve los principales resortes del Estado, para movilizar 14000 policías. La justicia burguesa también denegó los pedidos de habeas corpus.
Desde ATE, junto a la Fraternidad ferroviaria, convocaron a un mitin en la Plaza Alvear de la capital paranaense para las 15 horas.
El miércoles 10 la capital provincial se encontró totalmente paralizada. De acuerdo a la edición del día de El Diario adhirió «la totalidad del comercio (…) además de la totalidad de los gremios». Tampoco hubo servicio de tranvías durante todo el día, adhiriendo al acto los motormen y demás personal. Igual manera conductores de autos y coches. Los bancos y oficinas administrativas del gobierno nacional funcionaron, aunque con escasísima concurrencia del público. Sin embargo, ese público que despobló los habituales espacios de trabajo y vida cotidiana de la rutina diaria, no permaneció encerrado en la privada vida del hogar, sino que concurrió a espacios públicos a encontrarse, discutir y manifestarse. La Plaza de 1° de Mayo fue uno de los lugares de reunión de numerosos obreros que comentaron los últimos sucesos vinculados al caso en el país y el resto del mundo desde la mañana hasta la noche. Por la tarde, se realizó el acto convocado en la Plaza Alvear, donde concurrieron unos dos mil obreros. Los oradores fueron el secretario de la Unión Ferroviaria, Victorio Cagnani, y Juan Neubert, por los obreros del Ministerio de Obras Públicas. Acto seguido, se dirigieron hacia la plaza principal de la ciudad donde volvió a levantarse una tribuna y dirigieron sus palabras al público el dirigente socialista Vicente Cavallo (hijo) y otros oradores. Por la noche, a las 21, se realizó otro mitin con oradores ante un numeroso público frente a la Unión Ferroviaria. A diferencia de otros lugares del país, no se registraron hechos de violencia: la fuente consigna que los actos se realizaron en «completo orden» y sin la necesidad de intervención policial alguna.
Tras la postergación del acto de electrocución, en vísperas de la ejecución definitiva, volvió a realizarse un acto en Paraná, está vez en la plaza 1° de Mayo. Dirigieron su palabra al público los dirigentes Vicente Cavallo, Alejo Rossi (estos dos fueron concejales por el Partido Socialista), Neubert, Samarreño, Zapata y Moreno, quienes «abundaron en frases enérgicas contra el atentado que iba a consumarse a pocas horas de la reunión».
También sobre la costa del Paraná, en la ciudad de Diamante, se produjeron movilizaciones en solidaridad con Sacco y Vanzetti. El movimiento obrero diamantino, iluminado por la estrella roja y negra de un Angel Borda recientemente regresado a la provincia tras su experiencia en La Forestal y las cárceles del norte santafecino, se convertiría en los años venideros en un bastión del movimiento obrero provincial y del anarquismo de los años 30, con una historia riquísima de militancia y campañas de solidaridad nacional e internacional.
El movimiento solidario provincial no se limitó a la costa occidental de la provincia. Sobre la costa del río Uruguay, también hubo acciones. En Concepción del Uruguay, a la protesta de la Unión Obrera Departamental (UOD) el día 10 se le unieron los comerciantes locales, que cerraron sus puertas en solidaridad. La UOD volvió a realizar un acto el mismo día que se produjeron las ejecuciones.
En Concordia también hubo huelga. El movimiento en la capital del citrus fue pacífico, aunque se consignaron «algunas exigencias» a efectos de hacer obligatoria la clausura de los comercios. El ministro de gobierno, ante el conocimiento de la huelga concordiense, telegrafió al jefe de policía de aquella ciudad para que tome «todas las medidas a fin de asegurar el orden y la libertad de trabajo», aconsejando «mesura y energía a la vez». La huelga en Concordia finalizó el día 26, en que los trabajadores retornaron a sus tareas. No hubo mayores perturbaciones al orden.
Fue tan fuerte lo que generó el caso de los dos anarquistas que la huella que dejó en la memoria colectiva de la clase obrera hizo que, aún pasados los años, se siguieran realizando actos y manifestaciones en su honor y recuerdo. Renuente el movimiento obrero a olvidar sus mártires.
Un año después de las ejecuciones, la UOD de Concepción del Uruguay convocó a un mitin en la plaza Ramírez, enfrente al cine Park. Consigna el diario La Juventud: «Trabajadores, la más elocuente manifestación del espíritu solidario de los productores asalariados hacia aquellos dos nuevos mártires de la noble causa del trabajo, nuestros queridos compañeros Sacco y Vanzetti, será aquella que den, en el día señalado para su recordación, concurriendo todos al mitin para testimoniar una vez más el repudio que alimentan en sus nobles corazones por aquel bárbaro crimen cometido por los capitalistas”.
Inclusive al cumplirse los tres años, ya posterior al golpe de Estado de 1930, la UOD realizó un nuevo acto en memoria de los mártires.
«¡Buenas noches!»
«Nada más se puede hacer» fueron las últimas palabras del gobernador Fuller. Un tipo al que le tocó desempeñar un triste papel en la historia. La del impotente, la del ejecutor de voluntades ajenas, el títere de un sistema opresor que mueve las piezas a su antojo.
Antes de morir, las últimas palabras de Sacco fueron «¡Viva la anarquía!» y, tras despedirse de su esposa, hijo y amigos, pronunció con calma mientras le sujetaban las correas «Buenas noches, señores».
Los minutos postreros de Vanzetti tuvieron la evocación, tan cara a la cultura italiana, a la mamma: «Adiós madre», se despidió Bartolomeo. Tras estrechar las manos de los guardias, declaró por última vez su inocencia y en un último suspiro, tal vez otorgándole alguna tibia licencia a cierta religiosidad que supo combatir como anarquista, dijo «Deseo perdonarles a ciertas personas lo que me están haciendo». El empleado estatal convertido en verdugo oficial que bajó la palanca para aplicar la electricidad se llamaba Robert Elliott.
Cincuenta años después, el gobernador de Massachussets, el demócrata Michael Dukakis (quién perdió contra George Bush padre en las elecciones presidenciales de 1988) declaró que habían sido injustamente enjuiciados y encarcelados, y proclamó el 23 de agosto como el Día en Memoria de Sacco y Vanzetti (Memorial Day) con la pretensión de extirpar todo deshonor de sus nombres. Algo que para el movimiento obrero internacional y las personas afectadas por las causas nobles en general ya estaba claro desde mucho antes.
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[…] Verano estadounidense, promediando agosto de 1927. En la ciudad de Boston, Estado de Massachussets, eran sentenciados y condenados a la muerte en la silla eléctrica dos inmigrantes italianos: Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Además, eran anarquistas. Por Alejo Mayor para Revista 170 Escalones. […]