FOTOGRAFÍAS CRISTELA PIÉROLA
Para la fotógrafa Cristela Piérola, «Búsqueda» es sinónimo de esperanza, «y tener esperanzas es pensar que hay un hilito de ilusión de lograr el objetivo deseado, como lo es, encontrar los restos de mi hermano Fernando».
A Fernando lo asesinaron el 13 de diciembre de 1976 en la masacre de Margarita Belén, en el Chaco. En el año 70 se había ido a estudiar a Resistencia la carrera de arquitectura, donde empezó a militar fuerte y comprometidamente junto a su compañera María Julia Morresi.
«La masacre fue un simulacro de “enfrentamiento entre fuerzas militares, un convoy que trasladaba presos desde la Alcaidía de Resistencia a una cárcel de Formosa, con subversivos que esperaban en el monte para liberarlos”, según versión oficial. En ese teórico enfrentamiento asesinaron a ocho militantes que entregaron a sus familias, ellos son: Luis Ángel Barcos, Mario Cuevas, Luis Alberto Díaz, Carlos Alberto Duarte, Arturo Luis Franzen, Néstor Carlos Sala, Patricio Blas Tierno y Manuel Parodi Ocampo. Y, para justificar su teoría, asesinaron también a Emma Cabral y Alcides Bosch, supuestos “subversivos” que estaban en el monte esperando, enterrados como NN en el cementerio e identificados posteriormente por el EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense). Creemos que en la masacre acribillaron en total a una treintena de militantes más», explica Cristela.
A Fernando y otros cuatro compañeros -Raúl María Caire, Julio Andrés (Bocha) Pereira, Roberto Horacio Yedro y Carlos Alberto Zamudio- los declararon «prófugos», notificación que les llegó a la familia vía telegrama. En los juicios se demostró no solo la farsa del enfrentamiento, sino también que nunca pudieron profugarse, ya que toda la madrugada de ese día 13 habían sido brutalmente torturados en la Alcaidía de Resistencia, al punto tal de que algunos de ellos murieron durante la tortura.
«Nuestra madre Amanda, faro de nuestra lucha, -como han sido todas las madres de pañuelo blanco- transformó su vida en búsqueda, no sólo de los restos de Fernando, sino de cualquier compañero o compañera que apareciera, como así también, búsqueda de las tan ansiadas Verdad y Justicia. Amanda murió, no solamente sin encontrar los huesos de su hijo, sino que tampoco pudo ver los juicios donde condenaron a los principales asesinos de la masacre a cadena perpetua. Tampoco pudo ver las excavaciones que hemos realizado en Chaco y Corrientes con el EAAF y con el CAMIT (Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán)», comenta Cristela.
En el año 2006 comenzaron con las excavaciones en el cementerio Francisco Solano de la capital del Chaco, ya que según testimonios que la misma Amanda había caminado para conseguir, habría una fosa clandestina donde estarían enterrados. Esa fosa nunca apareció. Buscamos en varios lugares del cementerio y también en campos aledaños al lugar de la masacre, sin resultados positivos. En el 2014 identificaron un cuerpo que habían enterrado como NN en el cementerio de la localidad de Empedrado, Corrientes. Se trataba del Bocha Pereira, uno de los cinco supuestos prófugos de la masacre, junto con Fernando.
Cristela acota que «de esta manera confirmamos que para desaparecerlos, los tiraron al río, práctica utilizada por la dictadura en varios lugares del país, como fueron los vuelos de la muerte en el río de La Plata y en las islas de Ibicuí, en el sur de nuestra provincia. También tiraban personas asesinadas en el río Paraná desde Corrientes y Chaco. Mecanismo más perverso aún que los enterramientos clandestinos, ya que las posibilidades de encontrar a nuestros seres queridos, son mucho más lejanas», aunque agrega que «a pesar de eso, siempre está ese hilito de esperanza, que nos da fuerzas para seguir este camino de búsquedas, que da sentido a esta vida que hemos elegido: creer (saber) que un día lo encontraremos».