TEXTO CELINA MURGA
¤ Especial FICER ¤
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Pasados ya quince años, hoy creo que vale la pena poner en perspectiva la historia de la realización de mi ópera prima, Ana y los otros.
Empecemos por el comienzo. El guión de Ana y los otros se presentó al INCAA a preclasificar, promediando el año 2001. Hasta hacía poco antes, los proyectos no estaban obligados a pasar por esa instancia para recibir el apoyo del organismo. Antes, existía la opción de filmar la película, de la manera que se pudiera, y solicitar el interés (lo que implicaba el derecho al subsidio) una vez terminada. Así se hicieron muchas de las películas que irrumpieron con fuerza y aires de real renovación en el cine argentino entre fines de los 90 y principio de este siglo, tales como Mundo Grúa, de Pablo Trapero, La Libertad, de Lisandro Alonso, y Bolivia, de Adrián Caetano, entre otras.
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Es así que presentamos el proyecto de Ana y los otros a preclasificar, con la esperanza de ser aprobado, por la confianza que le teníamos a la película que queríamos hacer. Sin embargo, el comité le dio «sin interés» por unanimidad, argumentando fallas en el guión y debilidad dramática, entre otras cosas. Se acercaba el fin de año y con él se vino la fuerte crisis socioeconómica que asoló al país. Sin embargo, paradójicamente, para todos los que estábamos involucrados en la película se hacía imperioso, y hasta vital, poder llevar adelante un proyecto con nuestras propias manos. Frente a un país que se caía a pedazos, el hecho de estar embarcados en un proyecto era una forma de seguir sintiéndonos vivos. Así fue que decidimos seguir adelante. Estando ya en preproducción, muchos nos recomendaban que frenemos. Desde cierto ángulo racional tenían razón: parecía una locura embarcarse en una filmación en ese momento, cuando la perspectiva de futuro era algo tan incierto y producir una película era algo tan engorroso. Por ejemplo, recuerdo que durante la producción llegamos a manejar cinco monedas simultáneamente: lecops, federales, patacones, pesos y dólares. Pero, a contramano de todo, decidimos filmar la película. El rodaje fue entre enero y marzo de 2002 en las ciudades de Paraná y Victoria. Se pudo hacer gracias a que los actores (la gran mayoría entrerrianos), técnicos y muchos proveedores ofrecieron sus servicios apostando a cobrar en algún momento futuro. También fue muy importante el apoyo de la Universidad del Cine con equipamiento, el aporte de unos ahorros propios, el apoyo de mi madre, además de la muy valiosa colaboración de la Municipalidad de Paraná y del Gobierno de la Provincia de Entre Ríos.
Y el rodaje pasó.
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Promediando 2002, cuando ya había un montaje final, mandamos un corte al Bafici pensando en la preselección para la edición de 2003. Al poco tiempo recibimos la respuesta del Festival: les había gustado mucho y querían programarla. Por suerte, aún existía una opción más para solicitar el interés del INCAA, apelando con la película ya terminada. Era el momento para hacerlo, ya que podíamos adjuntar la invitación formal del Bafici. Sin embargo, un nuevo comité volvió a rechazarla, otra vez por unanimidad.
Había que terminar la película igual. Estábamos decididos a hacerlo. Entonces se consiguió una ayuda de Hubert Bals Fund del Festival de Rotterdam, que es un fondo europeo para películas de países emergentes. Ese dinero ayudó mucho, pero no alcanzó para todos los gastos de postproducción. Solo se pudo hacer porque el laboratorio aceptó que quedemos con una deuda importante. Como era de esperar, llegamos justo a terminarla para la primera proyección en el Bafici. La copia 35 milímetros salió del laboratorio uno o dos días antes de la proyección.
Y llegó el día de la primera proyección. La película gustó mucho. Al día siguiente, teníamos a la programadora de la Semana de la Crítica de Venecia y a la directora del Festival de Locarno peleando en los pasillos por tener el estreno internacional, cuando todavía faltaban cuatro y cinco meses, respectivamente, para que esos festivales sucedan. Optamos por Venecia, donde obtuvo una mención especial y fue muy bien recibida. A partir de ahí viajó por muchísimos festivales, ganando premios, teniendo muy buena repercusión y concretando estrenos en salas del exterior. Eso nos sirvió para seguir insistiendo ante el INCAA. Finalmente, tras casi dos años, se logró. Y se pudieron pagar las deudas. En 2006, luego de todo ese derrotero, se pudo estrenar comercialmente.
El tiempo pasó y en lo personal tuve la gran buena fortuna de filmar tres películas más en un marco de país que apoyó el desarrollo del cine y la cultura nacional. Lamentablemente hoy estamos frente a un panorama extremadamente preocupante no sólo en relación al INCAA y al cine nacional, sino en relación a todo el ámbito cultural argentino.
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La historia de esta ópera prima realizada en Entre Ríos hace tantos años creo que puede ser valiosa como ejemplo de un equipo de trabajo que decidió concretar sus sueños y objetivos más allá de una coyuntura difícil. Pero no deja de ser una situación excepcional, casi anecdótica, y la cultura de un país no puede estar basada en «hechos excepcionales», sino en políticas concretas que la desarrollen, valoren y fomenten. Esto es lo que está en gran riesgo hoy y creo que el FICER es un excelente marco para que podamos debatir en profundidad estos temas. En especial y en lo concreto, la propuesta es desarrollar una ley de cine provincial que pueda dar lugar a la gran cantidad de valores creativos que la provincia tiene y del cual este festival está dando cuenta con la gran cantidad de películas entrerrianas que se exhiben.
Ya hay varias provincias que han desarrollado esta ley: Misiones, Córdoba y, recientemente, Tucumán. Es hora de que Entre Ríos dé un paso al frente en apoyo al desarrollo de la cultura audiovisual.
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Tremenda película!!! y muy bien narrada la epopeya colectiva para sacar una peli adelante. Hoy en el INCAA hay una conducción que parece querer reconstruir estas “condiciones” Hay que organizarse!!! Abrazo a Celina y todo el apoyo a los colegas entrerrianos para que saquen su ley